Oír por la mañana, con regustillo de café, a mis odiados políticos de costumbre, a mis políticos tan caseros como las baldosas de la cocina y la alfombrilla del baño, hay días en que me reconforta. Y cuenten lo que cuenten, curiosamente. Suceda lo que suceda, a más inri. Y mira que cosas graves ocurren, señoras y señores, a día de hoy. Yo, que soy animal de costumbres, de las buenas y de las malas, es lo único que debo a nuestro ruido diario: esa especie de seguridad al despertar que me produce el que ellos siguen ahí, en sus tribunas. Es un más bien pensar, absurdo; puede ser, “uf, pues la cocina no la dejé anoche tan sucia, parece que mi jefe no está muy cabreado,uf, y qué bien ninguno de estos inombrales ha declarado todavía la tercera guerra mundial, todo bajo control, voy a ver qué tiempo va a hacer, echo un vistazo al Facebook y a ver qué me pongo”. Volveré, probablemente, a racanear tiempo después de la comida y cogeré el metro por los pelos, puede ser,...