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¡ DÍ CONMIGO QUE NO!

No, no, no, no, y no. Di conmigo que no. Hazme caso, ahora yo tengo la razón. Antes también. Pero hablamos de ahora, querida, querido"  Hay personas, como yo, que nos encendemos cual volcán cuando vemos, vivimos, sentimos una injusticia. Ni siquiera es necesario que sea yo la víctima. Sí, ha sido requisito, pilar, que haya sufrido muchas; tengo la piel tatuada con sus marcas desde que tengo uso de razón; como fundamental es haberlas superado mejor o peor. A revolcones, en silencio. Peleándome conta mí misma dentro de una piscina viscosa de bolas gigantes, a ciegas, sin saber donde estaba, solo sintiendo como quemaba esa especie de gelatina penetrante, maloliente y pegajosa de la piscina, mientras trataba de escapar. Pues, ñoras, ñores, ¡he salido de la piscina ¡hasta con mejor color de cara! Más bronceadita y divina por dentro. Puedo explicar el largo camino, lo de los que siguieron a Moisés, es un paseo, al lado de mi desierto; pero pá qué. El caso es que estoy fuera. Y te digo:
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Hoy, fecha tan señalada

Hoy, fecha tan señalada, felicito a España y a todas sus pilares. Me felicito, nos felicito también, por muchos de nuestros pilares. No nos olvidemos —que se nos va de la mente con muchas prisas— del sumo respeto y admiración que merecen estos. Lease tortilla de patatas, jamón de recebo o la misma sardina a la que, con toda su magna personalidad, no se le conoce un solo delirio de grandeza, oiga.  Costas, parajes y ciudades de quitar el hipo; libertades, licencias, excelencias y paciencias desconocida en otras latitudes.  Todo esto se nos va de la razón y los sentidos con una facilidad pasmosa. Es escuchar a un Pablo Iglesias, Pedro Sánchez, a una rtal Susanita, o a tantos otros de la misma estirpe y pelaje —lo mismo me dan las siglas que los bautizan; me reitero: mismito pelaje—, y oye, que se te olvida hasta la madre que te parió.  Que yo sé que en esos momentos solo te acuerdas de las madres que los parieron a todos ellos, cosa muy normal, muy humana, por otra parte. Y, sin

Hombres de café con leche, ¿quíen dijo hombres?.

Puede ser un trauma, no les diría yo que no les falta razón, y sobretodo, les asiste el derecho a pensar con total libertad lo que les venga en gana, ¡faltaría más!. Bien, pues una vez marcada esta necesaria e insalvable distancia entre ustedes y yo, por aquello del respeto sumo, expongo mi teoría: "no me fío de los señores que toman café con leche por la tarde". Y si ese café, es descafeinado y contiene dosis de leche suficiente para convertirlo en una especie de brebaje infantil de consolación, pongo por caso, el señor que lo consume, queda drástica e inexorablemente eliminado de todas sus remotas posibilidades. No pretendo con mis palabras, así me asistiesen todos los cuerpos celestiales en tan horrenda empresa, convencer a ninguno de ustedes de nada. Mi humilde fórmula es tan certera y práctica para mí como poco pretenciosa. Me explico. Yo, que suelo ir de soltería en soltería con bastante asiduidad; yo, que no reparo en el tipo de hombre, sino en lo que cada uno d

Cumbre sin campo base.

Voy a hacer varias afirmaciones con las que no todos ustedes van a estar de acuerdo, con la ventaja de que, a la edad que tengo, esto, y perdón por la grosería, me importa cero sobre cero. Osease: ¡un bledo! La mayor parte de la gente de a pie _ una mayoría "absurda" según quien_, pero lógicamente aplastante, no está verdaderamente preocupada por el calentamiento global de la tierra, solo les gusta hablar de ello en barras de los bares, reuniones familiares y similares. Y no a todos. Mientras piensa concienzudamente en sus verdaderas zozobras, y asuntos pecuniarios. Si fuese cierto que la inquietud respecto al deshielo y el cambio climático nos provocase la desazón que pretenden ridícula y artificialmente los medios de comunicación, y ciertos intentos políticos, estudiaríamos el tema con ahínco. Financiaríamos expediciones y estudios científicos serios, en vez de partidos políticos, u ong's peregrinas de tantos colores y pelajes, tan de moda, tan socialmente &qu

Mis odiados políticos de costumbre, dádme la paz.

Oír por la mañana, con regustillo de café, a mis odiados políticos de costumbre, a mis políticos tan caseros como las baldosas de la cocina y la alfombrilla del baño, hay días en que me reconforta. Y cuenten lo que cuenten, curiosamente. Suceda lo que suceda, a más inri.  Y mira que cosas graves ocurren, señoras y señores, a día de hoy. Yo, que soy animal de costumbres, de las buenas y de las malas, es lo único que debo a nuestro ruido diario: esa especie de seguridad al despertar que me produce el que ellos siguen ahí, en sus tribunas.  Es un más bien pensar, absurdo; puede ser, “uf, pues la cocina no la dejé anoche tan sucia, parece que mi jefe no está muy cabreado,uf, y qué bien ninguno de estos inombrales ha declarado todavía la tercera guerra mundial, todo bajo control, voy a ver qué tiempo va a hacer, echo un vistazo al Facebook y a ver qué me pongo”. Volveré, probablemente, a racanear tiempo después de la comida y cogeré el metro por los pelos, puede ser, es basta

Es viernes, ¿nos hacemos uno?

Anoche recibí un whatsapp de un señor con el que algo hubo. Viernes, tarde de amigos y de copas. Viernes noche: ¡toca! Hallábame yo, pues, con Bach en todos los sentidos y en ubicación perfecta de sofá, charlando con un amigo de lo efímero de la existencia y lo importante de buscar la felicidad en uno mismo, sin pretender imponerla al de al lado, más que nada por tratarse de un esfuerzo fútil y sin sentido. Habitualmente mi teléfono —ese invento hijo de dios y del diablo al mismo tiempo— en este tipo de circunstancias está mudito. No fue ese el caso de ayer. Transcribo: «Estoy por tu antiguo barrio tomando unas copas, qué haces». Mi respuesta fue más allá del simple saludo. Trataba yo de trasladarle el momento tan agradable en que me encontraba. Detallé la felicidad de un viernes sin pretensiones ni barullos; hice hincapié en la alegría sincera que me daba que anduviese cerca, e incluso me ofrecí a un encuentro. «Quiero follar», leo, no sorprendida, pero impávida. «Yo tambi

Y un punto sobre las íes de la belleza Olay.

Yo tuve una amiga que no estaba interesada en los hombres de cierto calado, no conforme con su físico. Era más bien una guerra la que le tenía declarada al sexo contrario. De la cual, por cierto, los que la pretendían no tenían constancia. Radicaba la cosa básicamente en que como no le gustaban sus muslos, sus caderas, el trasero, y su pecho, no demasiado abultado, pues daba por hecho que nadie en este mundo le encontraría ni un sólo encanto. ¿Quíen la convenció de todo aquello y cuándo?. He de suponer que su propia madre. De armas tomar, con tendencia a la perfección de los anuncios de los años setenta y ochenta. Piel Olay, tersura Avon, y piernas Marie Clair, (¿dientes Profiden se ha, por ende, suponer?). La pobre mía se enamoró, por creer que aquel era el único reducto disponible para ella, de un chileno desfasado, pero con mucho encanto. Pasado por drogas que no hemos de nombrar y alcoholes cuyo nombre daba igual. Recalado en nuestra ciudad con motivo de un evento cultural, aun