Tengo una teoría, probablemente a derrumbar en un plis plas por sesudo antropólogo o similar. Es la siguiente: las mujeres que hemos tenido hermanos vemos la cosa diferente.
A saber: esos detalles de él, muy suyos, que te hacen en algún que otro momento disparar las alarmas. Esas que yo, con tres hermanos varones, disparo igual. A mí me llega un punto en el que esas alarmas se me bajan solas, como por instinto, y se disuelven en un mar de comprensión, porque de una forma intangible yo os entiendo más que otras (solo «que otras»; no he dicho «que todas»).
Puedo no compartir, no transigir. O sí; pero identifico con asombrosa facilidad los movimientos tácticos, químicos y emocionales que llevan a estos chicos a arar en según qué huertos y qué campos.
A lo mejor ni siquiera tiene que ver lo de mi fraternal masculinidad. Así soy yo, y poco más, quizá.
Desde pequeña siempre me atrajo mucho más el mundo masculino. Mucho menos aburrido a según que edades. Pronto comencé a rodearme de buenos amigos del otro bando, de los cuales, muchos gloriosamente perduran.
Desde pequeña siempre me atrajo mucho más el mundo masculino. Mucho menos aburrido a según que edades. Pronto comencé a rodearme de buenos amigos del otro bando, de los cuales, muchos gloriosamente perduran.
Largas discusiones sobre el feminismo me convencieron de que no existen territorios exclusivos. Más allá de los que natura impone. Miento; esas discusiones de hace tantos años me convencieron de que, si huelo alguna diatriba de este tipo en el aire, y aún estoy a tiempo, escapo. Si no, ¡a callarse! Meterse en esas, de mi parte te digo, y para que te lo creas, es un «paná», que se dice en mi tierra.
Lo que realmente me tiene convencida de que casi no existen zonas que no podamos compartir «qué bella palabra del diccionario— es que, más que menos, vamos dando los mismos pasos. Las únicas áreas exclusivas y excluyentes son las leyes que impone natura. Insisto. ¡Y pobre del que, o la que, no se las sepa a estas alturas! Eso es como ir con el carné de conducir sin puntos, y caducado, en esta cosa de la vida entre sexos.
Un inciso: estos mandatos genéticos son muy de respetar, como trato de dar a entender, pero tienden en estos tiempos nuestras mentes a confundir imperativos de natura con según qué suerte de locuras (véanse las razones por las cuales el estrés de campaña lleva al candidato Arias Cañete a mezclar churras y merinas); o, mismamente, por qué un padre primerizo debe estar dotado de los mismos dones exclusivos del cuerpo femenino.
Aprovecho ahora —no se me vaya escapando ya alguno por la tangente— para decir que esto no os exime, naturalmente, de otras muchas obligaciones que nos hemos inventado entre todos y todas para ambos lados del binomio creador, y a veces creativo, de esto que venimos llamando «mundo».
Concluido este párrafo que consideraba yo importante —por el matiz—, retomo:
Soy defensora, de momento, de que, en los últimos tiempos, se nos ha ido a todos un poco la vara de medir los espacios, los terrenos, los principios y los finales de según qué cuentos. Y para mí que aquí no valen indignaciones exageradas, incluso hipócritas, y mucho menos los tirones de pelos entre ellos y ellas.
Y en todos sitios cuecen habas: «No, señora, y usted no me cuente la película a su manera, porque su hija se quedó preñada el año pasado, que si no, no me salen las cuentas, por mucho Opus que le corra por las venas.»
Y es más: después del disgusto del aparentar, usted es una felicísima abuela, moderna, con whatssappiphone 6.0, de peluquería de la muerte, antes que sencilla... Y su marido la abandonó por... aquellas cosas de la vida. Y usted está casada por segunda vez con un señor de tercera mano.
De manera que, si mal no cuento, esto va ya por la tercera generación de digamos... ¿descoloque?, prácticamente, punto arriba, punto abajo.
Con lo cual se imponen la inteligencia, la paz, el respeto y la cordura. Y a minimizarlo todo, bajando lo más rápidamente de la rabia a la risa.
Yo he llegado a tal punto zen («nirvana», diría yo) en estos tiempos, que me divorcio por whatsapp.
Esto es rigurosamente cierto. Firmo por ello cualquier declaración ante notario, si el interesado, o interesada, paga el servicio. Y ¡ojo!, firmo un m-u-t-u-o a-c-u-e-r-d-o, buen rollito (sea tu karma bendito por siempre, querido ex, por siempre jamás, amén).
Mensaje textual de mi futuro exmarido: «Ya está mi abogada en contacto con tu abogado, me ha comentado. Creo que el martes está listo para firmar. No me llames, que mi novia no se lo toma bien. Un besito. Gracias.» ¡¡¡Toma ya!!!
Y es que ya ni me pregunto, después de semejante virguería que me he currado: «Pero ¿a esta chica qué le pasa?»
No tengo el gusto de conocerla, gracias.
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