Puede ser un trauma, no les diría yo que no les falta razón, y sobretodo, les asiste el derecho a pensar con total libertad lo que les venga en gana, ¡faltaría más!.
Bien, pues una vez marcada esta necesaria e insalvable distancia entre ustedes y yo, por aquello del respeto sumo, expongo mi teoría: "no me fío de los señores que toman café con leche por la tarde". Y si ese café, es descafeinado y contiene dosis de leche suficiente para convertirlo en una especie de brebaje infantil de consolación, pongo por caso, el señor que lo consume, queda drástica e inexorablemente eliminado de todas sus remotas posibilidades.
No pretendo con mis palabras, así me asistiesen todos los cuerpos celestiales en tan horrenda empresa, convencer a ninguno de ustedes de nada. Mi humilde fórmula es tan certera y práctica para mí como poco pretenciosa.
Me explico. Yo, que suelo ir de soltería en soltería con bastante asiduidad; yo, que no reparo en el tipo de hombre, sino en lo que cada uno de ellos provoca en mí; yo, que ningún rencor o cosa parecida conservo hacia ninguno de los que han parcheado con más o menos fortuna esa soltería mía, perenne e intermitente; yo, he descubierto que los de café con leche a media tarde, "largo de leche y muy cortito de cafe´", no tienen la más mínima posibilidad de convencerme de nada.
Sea una cuestión estadística, que puede ser, sea superstición urbana y generacional, sea lo que quieran que sea, es increíble corroborar, de forma casi aburrida, como en todos los casos que puedo recordar, la razón me acompaña. ¡Y, oigan, una cosa!, que también hay quien se rige por los signos zodiacales del periódico.
No hace mucho he tenido la última ocasión de comprobar mi teoría. Y me ha servido esta vez para asentarla como axioma. Pongo por caso que es usted un caballero, y yo le hago tilín; uno de los dos propone quedar a tomar un café; yo le preguntaré: "¿y cómo te gusta tomarlo?", ya como de previos y para no alargar cuestiones abocadas de, y por principios, al fracaso. La respuesta será sincera, pues usted no va a reparar en la trascendencia de la cuestión, claro. Si el test _aparentemente absurdo, me consta_ da positivo, téngalo claro: ¡no cuente conmigo!. No vamos a perder el tiempo ni usted ni yo.
La última ocasión, como les contaba, de procurar acercar posturas a un hombre de café con leche, ha agotado cualquier otra posibilidad de intentona. Tanto devaneo por el mundo de la leche manchada calentita me ha enseñado que estos señores andan mucho más cerca de la teta de su madre que del mundo femenino con todas las letras. Suelen ser pusilánimes y quejicas, quejosos, incluso, de cuanto les acontece.
Suelen tener miedo a casi todo, y al mismo tiempo intentan ser repulsivamente mandones. Contienen a duras penas sus impulsos torpes por mirar detrás del sujetador mientras se confiesan poco reprimidos y sumamente respetuosos.
El mundo el hombre de café con leche suele ser un mundo reducido, un mundo de pantuflas de paño y de cuadritos, un mundo de represiones vivas y sentimientos mortecinos. Pulsiones mundanas y caprichos escondidos a modo de pecado. Sí, sí, son esos que se acuestan con las rubias, o lo pretenden, y conservan dentro de casa en formol a sus morenas de permanente arcaica.
Repudian sin compasión la quietud de sus esposas, pero ¡ay de ellas si se les ocurre mover un dedo!.
De hecho, me creo que yo para mí, que ni uno solo de los hombres que pisaron la Nueva España en sus comienzos mezcló el café que allí encontraron leche alguna.
Y añado: si usted gusta de tomar café con mucha leche a eso de las seis de la tarde, incluso en verano, pero no se siente identificado con ninguna de mis cuitas; si todas ellas le resultan tan absurdas como peregrinas, por favor, hágase ver, será todo un placer romper esquemas, está usted invitado a lo que quiera, incluso si es descafeinado.
Bien, pues una vez marcada esta necesaria e insalvable distancia entre ustedes y yo, por aquello del respeto sumo, expongo mi teoría: "no me fío de los señores que toman café con leche por la tarde". Y si ese café, es descafeinado y contiene dosis de leche suficiente para convertirlo en una especie de brebaje infantil de consolación, pongo por caso, el señor que lo consume, queda drástica e inexorablemente eliminado de todas sus remotas posibilidades.
No pretendo con mis palabras, así me asistiesen todos los cuerpos celestiales en tan horrenda empresa, convencer a ninguno de ustedes de nada. Mi humilde fórmula es tan certera y práctica para mí como poco pretenciosa.
Me explico. Yo, que suelo ir de soltería en soltería con bastante asiduidad; yo, que no reparo en el tipo de hombre, sino en lo que cada uno de ellos provoca en mí; yo, que ningún rencor o cosa parecida conservo hacia ninguno de los que han parcheado con más o menos fortuna esa soltería mía, perenne e intermitente; yo, he descubierto que los de café con leche a media tarde, "largo de leche y muy cortito de cafe´", no tienen la más mínima posibilidad de convencerme de nada.
Sea una cuestión estadística, que puede ser, sea superstición urbana y generacional, sea lo que quieran que sea, es increíble corroborar, de forma casi aburrida, como en todos los casos que puedo recordar, la razón me acompaña. ¡Y, oigan, una cosa!, que también hay quien se rige por los signos zodiacales del periódico.
No hace mucho he tenido la última ocasión de comprobar mi teoría. Y me ha servido esta vez para asentarla como axioma. Pongo por caso que es usted un caballero, y yo le hago tilín; uno de los dos propone quedar a tomar un café; yo le preguntaré: "¿y cómo te gusta tomarlo?", ya como de previos y para no alargar cuestiones abocadas de, y por principios, al fracaso. La respuesta será sincera, pues usted no va a reparar en la trascendencia de la cuestión, claro. Si el test _aparentemente absurdo, me consta_ da positivo, téngalo claro: ¡no cuente conmigo!. No vamos a perder el tiempo ni usted ni yo.
La última ocasión, como les contaba, de procurar acercar posturas a un hombre de café con leche, ha agotado cualquier otra posibilidad de intentona. Tanto devaneo por el mundo de la leche manchada calentita me ha enseñado que estos señores andan mucho más cerca de la teta de su madre que del mundo femenino con todas las letras. Suelen ser pusilánimes y quejicas, quejosos, incluso, de cuanto les acontece.
Suelen tener miedo a casi todo, y al mismo tiempo intentan ser repulsivamente mandones. Contienen a duras penas sus impulsos torpes por mirar detrás del sujetador mientras se confiesan poco reprimidos y sumamente respetuosos.
El mundo el hombre de café con leche suele ser un mundo reducido, un mundo de pantuflas de paño y de cuadritos, un mundo de represiones vivas y sentimientos mortecinos. Pulsiones mundanas y caprichos escondidos a modo de pecado. Sí, sí, son esos que se acuestan con las rubias, o lo pretenden, y conservan dentro de casa en formol a sus morenas de permanente arcaica.
Repudian sin compasión la quietud de sus esposas, pero ¡ay de ellas si se les ocurre mover un dedo!.
De hecho, me creo que yo para mí, que ni uno solo de los hombres que pisaron la Nueva España en sus comienzos mezcló el café que allí encontraron leche alguna.
Y añado: si usted gusta de tomar café con mucha leche a eso de las seis de la tarde, incluso en verano, pero no se siente identificado con ninguna de mis cuitas; si todas ellas le resultan tan absurdas como peregrinas, por favor, hágase ver, será todo un placer romper esquemas, está usted invitado a lo que quiera, incluso si es descafeinado.
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